Ocultos by Jordi Sierra i Fabra

Ocultos by Jordi Sierra i Fabra

autor:Jordi Sierra i Fabra [Sierra i Fabra, Jordi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2012-02-29T16:00:00+00:00


DÍA 12

Estaba allí.

En su habitación.

A su lado.

Sentía su respiración acompasada, y aspiraba el aroma que desprendía su piel.

Le acariciaba el rostro, le apartaba el cabello de la frente, le rozaba los labios con las yemas de los dedos y luego la mano descendía por la barbilla, el cuello…

No quería despertar, pero lo hizo cuando él se detuvo.

Abrió los ojos.

Era de noche, estaba oscuro, pero le vio porque brillaba como un ascua.

—Eres un ángel —susurró.

Y Enzo lo negó con la cabeza.

—No —dijo.

—¿Entonces…?

Aquellos ojos eran dos abismos. Ella estaba en la cama, boca arriba, y él inclinado encima de ella, pero fue como si cayera en lo más profundo de su ser. Un viaje sin fin. Un viaje dulce porque lo hacía a través de su luz mágica.

—Soy un ser de otro mundo —musitó él.

La respuesta fue un arrebato.

Le dolió la razón.

—¿Extraterrestre?

Enzo sonrió.

—No, solo de otro mundo.

—¿Cuántos mundos hay?

—Solo uno: este. Pero tiene muchas partes.

—No te entiendo. —Se sintió agotada.

Se acercó a ella y la besó.

Un beso muy dulce, tierno y electrizante a la vez.

Elisabet se dejó llevar.

No pudo abrazarle, solo sentirle.

—Yo te protegeré. —La acarició con la calidez de su voz sin dejar de rozar sus labios.

—No quiero que me protejas… Quiero…

Enzo la besó de nuevo. Tapó su boca. Dejó que sus emociones crearan el más hermoso de los diálogos más allá de las palabras. Elisabet intentó levantar los brazos, pero por segunda vez no lo consiguió. No tenía fuerzas. No tenía voluntad. No tenía nada salvo la pequeña cordura de saberle allí.

En su sueño.

—Eres tan hermoso… —exhaló, rendida.

—No te engañes con eso.

—Hay algo en ti…

Le dolió el alma.

Se dio cuenta de algo más, de que estaba desnuda, desnuda sobre la cama, y no le importó. En absoluto. Quería volar. Quería gritar. Quería que él la tocara porque todo su cuerpo era de fuego. Los últimos vestigios de la niña desaparecían para sorprenderse con el nacimiento de la mujer, plena, vital, sensible y capaz de amar.

Amar.

Extraña palabra.

—Enzo…

—Tienes que despertar —dijo él.

—No.

—Es hora. Tienes que hacerlo.

—¡No!

—Elisabet…

—Por favor, no… no, sigue —gimió—. Si despierto, no estarás conmigo, volveré a la realidad…

—Estaré contigo.

—¡Elisabet!

Dos voces. Una era la de Enzo alejándose. La otra la que trataba de despertarla mientras la movía, la zarandeaba.

Lo intentó.

—¡Elisabet, despierta!

No fue el dolor de la ausencia lo que la obligó a abrir los ojos. Fue la realidad del miedo.

Porque de pronto supo que no quería vivir prisionera de su sueño.

—¡Edu!

Su hermano dejó de moverla.

—¡Por Dios, me has asustado! ¡Qué manera de dormir! ¿Estás bien?

—Sí, sí…

No estaba desnuda sobre la cama, sino vestida con su pijama y bajo la sábana. El rostro de su hermano denotaba la preocupación que sentía.

—Llevamos rato llamándote por teléfono y al final la camarera me ha abierto tu puerta —quiso justificar él—. Es tardísimo.

—Lo siento. —Miró el teléfono. Tenía una almohada encima. Las brumas de su sueño desaparecían rápido—. Dadme diez minutos, me ducho, me visto y… Por favor.

Eduard se levantó de la cama.

—Te esperamos abajo —se despidió.

—Sí, gracias.

El chico cerró la puerta.

Elisabet no se movió.

Todavía no.



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